En Nombre del Hijo
Por Viviana Ponieman
AGENCIA TELAM
Argentina
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Los pañuelos blancos en el Museo Nacional de Bellas Artes
LOS RETRATOS DE LAS MADRES DE PLAZA DE MAYO DE MARCOS ADANDÍA, NOS MIRAN DESDE EL FONDO DE UN DOLOR CONVERTIDO EN LUCHA, DESDE UN PASADO HERIDO Y UN PRESENTE QUE NOS CONVOCA AL FUTURO.
Las impactantes fotografías que se exhiben en el MNBA comenzaron a gestarse hace 13 años. Aunque podríamos decir que fue mucho antes. Cuando un puñado de familiares comenzaron a encontrarse en la puerta de las comisarías y de los cuarteles. Se reconocían en la angustia y en desesperación de sus miradas.
Un derrotero que fue enhebrándose en el silencio y emprendido por las madres que se comenzaron a juntar alrededor de la pirámide de mayo.
Esas madres que comenzaron a descubrir a sus hijos a partir de esa búsqueda, y que aunque corrían peligro, era menos que el de los otros, estaban justificadas.
¿Quién se iba a atrever con una madre buscando a su hijo?
Se atrevieron. Fueron agredidas y algunas secuestradas de la Iglesia de la Santa Cruz y de sus casas.
Incluso en el 2001 fueron empujadas y golpeadas cuando salieron a la calle contra el estado de sitio y a poner el cuerpo para a defender a otros de la represión.
Ellas que aún eran jóvenes a fines de los 70 aprendieron caminando la lucha de sus hijos, y de algún modo la encarnaron. Trasmutaron sus vidas y la de una sociedad toda, a partir del acto de coronar sus cabezas con el pañal de sus hijos, que se convirtió en el símbolo universal de las “madres de los desaparecidos” de la lucha por la verdad y la justicia.
Marcos Adandía (1964), ocupa, como muchos otros artistas, el lugar del hijo. Y decide devolver algo de lo que las madres hicieron por nosotros.
Decide retratarlas con pañuelo y sin pañuelo. Los ojos de frente a la cámara. Las arrugas en primer plano, donde podemos leer tanto amor, tanta espera y tanto coraje.
El fotógrafo las entrevista con ternura, las busca. Muchas no se animan, dicen que ellas no, que son sus hijos los que importan.
Tal vez no terminen de entender el lugar que ocupan. La inmensidad de su aporte. Cómo nos enseñaron tantas cosas. Y cómo cambiaron la historia. La nuestra y la del mundo que las tiene como ejemplo.
Tal vez todavía lleven en algún lugar de su cuerpo prendido, el mote de las “Locas de plaza de Mayo”.
Y quizás de tanto decirlo tampoco se den cuenta que, sus hijos viven en ellas y en esos pañuelos, y en las marchas, que aprendieron de ellos. Como lo han confesado muchas veces: ”nuestros hijos nos parieron”.
Y también viven en nosotros, los otros, los que las acompañamos, los que inventamos formas de la memoria como una ceremonia colectiva.
Marcos decide llamar la muestra “Madre”, individualizar a cada una, rescatar la historia personal, poner en foco que cada una tuvo un proceso y un vínculo diferente. A cada una sus hijos le hablaron de otro modo.
Y él quiso descifrar y retratar tanto amor acumulado.
Él con su cámara dialoga con cada una. Y aquí están esas viejas hermosas. Una mirada poderosa, dolida y desafiante. Y la alquimia indescifrable, el cambio que se produce cuando se calzan el pañuelo.
Ellas con su incansable caminar, hicieron vivir por siempre a sus hijos, e intentaron poner en vigencia sus ideales de cambio.
Ellas son, y se agigantan en estas fotos de 90 x 90cm que se completan en el imaginario colectivo con las de sus jóvenes hijos, pancartas empuñadas en las rondas, prendidas al pecho.
Ellas inventaron sus propios actos revolucionarios, surgidos en y de, una experiencia de dolor colectivo. Indivisible.
Ellas son con ellos ahora y siempre.
Ellas son una y son todas con nosotros y por nosotros.
Marcos habla de algún modo en nombre del hijo, y despliega estos retratos en el 2° piso del Museo Nacional de Bellas Artes.
Afirma que en un principio no buscaba la madre política, quería indagar en el vínculo personalísimo de tanto amor. Pero los pañuelos se impusieron, hasta que llegó a soñar con ellos.
Fue entonces que entendió mejor el texto de John Berger: “Las Madres que quizás hoy sean abuelas – pasaron más de treinta años – tienen de alguna manera, algo que es a la vez misterioso y evidente, ellas completaron esas vidas inacabadas”.
Éste es su logro. Ninguna podría haber realizado tal cosa por sí sola. Sólo fue posible lograr esto colectivamente en solidaridad, y aunando esfuerzos por medio de la acción política, lo que demandó un gran poder de imaginación de miles de hombres y mujeres”.
Taty Almeida que acompañó a esta cronista en el recorrido, dispara: “La identidad de la madres es el pañuelo, son nuestros hijos. Cuando me pongo el pañuelo siento que acá está Alejandro” .
“¡Ojala no existiéramos! Ninguna de nosotras eligió ser madre del pañuelo blanco”.
Mientras emocionada confiesa respecto de la exposición: “Me pegó muchísimo verlas, vernos a nosotras, y algunas que ya no están. No me lo imaginé así en ese tamaño y todo junto, es impactante”.
Y en el Museo Nacional de Bellas Artes, esto también es un logro, son espacios que se van ganando para la memoria”.
“Una de las tantas tranquilidades que tenemos (las madres) , es que jóvenes como ustedes, que son como nuestros hijos, aportan desde el arte a la memoria colectiva. Confío en los jóvenes que de algún modo me confirman que: ¡A nuestros hijos no los han desaparecido!”.
El fotógrafo abraza a Taty y cuenta que ella es como la madrina de esta exhibición, “fue la primera que vio y entendió lo que quería hacer”.
“Ahora las cosas están diferentes, se está honrando lo que hay que honrar, pero antes no. Tanto tiempo de ninguneo y de soledad…”
“Estas fotos y esta muestra es mi propio ritual, mi propio rezo, para mantener el fuego encendido. Es algo presente, parte nuestra y le pertenece a la herencia de la memoria de este país por siempre.”
El reportero gráfico agradece el impulso asumido por Marcela Cardillo, Directora Ejecutiva del MNBA, que le sugirió usar también las terrazas, que se acondicionaron especialmente. “De ese modo -continúa- lo que se exhibe adentro es como el corazón, y las dos terrazas se abren como alas”.
Esto no sólo le da aire a la muestra sino que crea diversos reflejos, las imágenes se multiplican y a su vez están a la intemperie -como siempre estuvieron las madres- bajo el cielo, al sol, con calor o con lluvia, contra viento y marea.
Siempre están en diálogo con la ciudad, con los árboles y la naturaleza.
Un rito sagrado, indisoluble que es parte de nuestro ADN.
http://www.enlacecritico.com/cultura/en-nombre-del-hijo
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