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Ellas nos miran
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John Berger |
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Viendo los retratos de las Madres de Plaza de Mayo, rápidamente olvidé que estaba mirando fotos, una tras otra. Por el contrario, me encontré observando rostros, tratando de descifrar una pequeña parte de las infinitas experiencias que han vivido.
Cada Madre es diferente, cada una con sus propios secretos, su propio origen, su propio sentido del humor, su propia forma de vivir el duelo. Al mismo tiempo todas sus expresiones, cuando nos miran – a menudo ellas se miran una a la otra pero ahora ellas nos están mirando a nosotros- sus expresiones tienen en común algo profundo e imposible de describir. Y esto es comprensible porque ellas sufrieron el mismo tipo de pérdida y encontraron el coraje para acusar pública y abiertamente a aquellos que desaparecieron a sus hijos en secreto.
Ellas compartieron tanto su dolor como su determinación para resistir.
Por décadas han perseguido –y aún lo hacen- una acción en común. Esto es visible en sus ojos. Cada una de ellas brinda una cara única de la solidaridad que crearon juntas. Observándolas soy consciente –y lo digo con humildad – de un trágico sentido de logro.
¿Cuál es este logro? Desde lo político usted podrá definirlo más precisamente que yo, dado que soy un extranjero escribiendo desde lejos. Sin embargo, inspirado por la experiencia de conocer a las Madres, tengo algo que sugerirle.
Todos sus hijos al momento de ser “desaparecidos” secretamente por los agentes de la muerte de la Dictadura, eran jóvenes. Sus vidas recién comenzaban. Sus vidas les fueron amputadas demasiado pronto. No sólo fueron aniquilados físicamente, sino que también sus futuros les fueron amputados. Aún más, se les negó el rol de mártires porque sus asesinatos fueron repentinos y ocultados.
El dolor que sufrieron aquellos que los conocían y querían se debió no sólo a la violencia sufrida, y a una ausencia prolongada, sino también al fin abrupto de todos los proyectos y deseos que tenían como mujeres, hombres, padres, amigos, pensadores, artesanos, mensajeros, constructores, guías, cantantes … Las vidas perdidas fueron todas cruelmente inacabadas.
Las Madres que quizás hoy sean abuelas – pasaron más de treinta años – tienen de alguna manera, algo que es a la vez misterioso y evidente, ellas completaron esas vidas inacabadas. Éste es su logro. Ninguna podría haber realizado tal cosa por sí sola. Sólo fue posible lograr esto colectivamente en solidaridad, y aunando esfuerzos por medio de la acción política, lo que demandó un gran poder de imaginación de miles de hombres y mujeres.
La blancura de los pañuelos de las Madres habla de este logro.
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El mejor libro de Historia
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Osvaldo Bayer
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Madres, así. Pero de pronto, Madres con pañuelo. Ya no tienen a sus hijos. Usan el pañuelo blanco. Sus rostros. Expresan algo infinito: la pregunta constante: ¿por qué tanta crueldad? ¿Por qué tanta maldad? Tuvieron que aprender el significado de la palabra Desaparecidos. Sus hijos estaban desaparecidos para siempre. No podía ser. Nadie podía negar la existencia de ellos, o por lo menos informar qué es lo que había sucedido con sus vidas. Lo expresó el cínico de uniforme, el más cruel uniformado que transitó por las calles argentinas, Videla. Jorge Rafael Videla, general argentino. El militar lo repitió dos veces ante los periodistas extranjeros: “no están ni muertos ni vivos, están desaparecidos”. “No están ni vivos ni muertos, están desaparecidos”.
El artista de la imagen, Marcos Adandía, nos dibuja los rostros eternos de las Madres, al fotografiarlas. Las retrata con todos sus sentires, ahí, en los ojos, en los labios. La mirada. Todas les están preguntando al destino el porqué de tanta crueldad, qué significa estar desaparecido. D-E-S-A-P-A-R-E-C-I-D-O. D-E-S-A-P-A-R-E-C-I-D-A.
Observemos largamente sus rostros. Nos están preguntando. El por qué. Sus miradas, están interrogando al silencio, tratan de comprender lo incomprensible. Qué es, el destino, la mala suerte, la casualidad, el por qué fueron elegidas ellas para sufrir una palabra que nunca habían analizado: la desaparición. Alma, cielo, tierra, espíritu, ¿casualidad?. Destino. Alguien las señaló con el dedo ya al nacer: serán madres de desaparecidos. Qué queda por hacer: ¿llorar, consolarse, resignarse, rezar, arrodillarse, pedir, pedir piedad al poderoso. NO. Sólo luchar. Gritarle asesino en la cara al asesino. Asesino para toda la eternidad. Y recordar siempre, cada hora, cada día, cada mes, cada año, siempre, a su hijo, a su hija. Los valientes. Las valientes. Comprender su lucha. Defender sus ideas. El porqué salieron a la calle. A denunciar que había niños con hambre en el país de las espigas de oro. A denunciar que había villas miseria… Lo injusto en estas pampas ubérrimas.
Las veo, las reconozco. Sin pañuelo, la mirada triste, solitarias. Con pañuelos, valientes, qué fuerza, aquí estoy para volver a ver a mi hijo, a acariciarlo, a besarlo, a hablarle como cuando era un niño y corría ansioso y me abrazaba. Mi hijo…mi hija. Las madres. Las Madres, ahora siempre con mayúscula. Todo el coraje. La pregunta va a ser eterna en tierra argentina: ¿dónde están los Hijos? Con vida los llevaron, con vida los queremos. Ahora en plural. Ya madre de todos los hijos desaparecidos. Fotos eternas que durarán décadas, siglos, siempre estarán mirándonos: ¿dónde están? En dos décadas, en diez décadas, este libro nos mirará por siempre desde la biblioteca. Nos preguntarán nuestros biznietos y los nietos de nuestros biznietos: quiénes son estas mujeres que nos miran. Las Madres. Las Madres de Plaza de Mayo. Las Madres del Pañuelo blanco. Y habrá plazas con sus nombres, y todos los jueves veremos sus siluetas dibujarse por nuestra plaza mayor, por siempre.
Sus nombres, sus arrugas, sus ojos plenos de preguntas insaciables: ¿dónde, por qué… con vida los llevaron, con vida los queremos…los uniformados llevarán por siempre el uniforme del desprecio; ellas, las alas del amor, el coraje, la infinita estela de la constancia, del amor profundo a la vida. El pañuelo de la maternidad. Las que llevaron en su cuerpo la fertilidad del amor, la protección, la dulce espera…transformada por los bestias uniformados y sus suboficiales civiles en la terrible espera del saber que había llegado la muerte pero que no se iban a rendir, seguirían esperando por siempre, por siglos, pasarán a la Historia como las Madres que seguirán esperando por siempre en estas tierras argentinas manchadas de sangre y de impudicia.
Sí, los argentinos nos caracterizamos por un nuevo método del terror más cobarde: la desaparición de personas, pero nos levantamos ante la faz de la tierra porque tenemos el ejemplo de nuestras Madres, que no retrocedieron, que seguirán marchando con la bandera de la vida. La semilla de la Ética, del valor por los demás. La generosidad absoluta. La semilla para que crezca la planta del futuro. Nunca más a la muerte.
Sus retratos. Su dolor infinito. La espera. La espera sin término. Las arrugas que son surcos del dolor. Pero de la constancia. El empecinamiento. Sí, aquí estamos, nos repiten cuando las miramos, cuando repasamos una a una las páginas de este libro. Una a una. Sí, una a una. Miremos sus ojos. Nos irán penetrando hasta el alma. ¿Por qué? ¿Cómo fue posible? Los verdugos nunca tuvieron madres, nunca tendrán madres. Nacieron de incubadoras.
Un libro pleno de miradas. Miradas que nos preguntan y nos seguirán preguntando. Este es un libro de historia argentina, argentina. ¿Cómo fue posible? El secuestro, las torturas, el ser arrojado vivo al mar desde aviones, el robo de bebés a las presas parturientas…ese supremo momento del dar a luz y ya no poder ver nunca más al fruto de su cuerpo. Maldad, perversión, lo perverso llevado a su extrema dimensión. Pero la vida contra la perversidad.
La vida contra la perversidad. Las Madres argentinas contra la muerte argentina. Las Madres argentinas contra la desaparición argentina militarizada. Gracias fotógrafo, artista celestial, por darnos este testimonio de vida. Aquí en estos rostros está la Vida contra la Muerte. Un testimonio inigualable. Aquí hay verdadera historia. La historia de las Vencedoras. Porque quedarán para siempre en nuestra historia. Nuestras Heroínas de la eternidad. Gracias.
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Una órbita de luz inclaudicable
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Florencia Walfisch |
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Abrazo tu cuerpo cada día de mi vida. El cuerpo, la ausencia de tu cuerpo.
Vos estás , yo sigo el recorrido. Tuve que hacer de un fruto una semilla.
Cada día tu nombre fue mi oración sin pausa. En el principio dije y luego dije y dije.
Mi voz golpeando contra el silencio helado.
Mi casa es blanca. Mi casa es blanca y liviana porque me sostiene la luz. Me sostiene la luz de un pañuelo con tu nombre. La sabiduría sujeta a tu cuerpo despojado ; el modo en que lo nombro, el modo en que poseo. Poseo la luz porque mis pies tienen tu aliento, el aliento de tus pasos.
En el iris tu silueta, tu espacio recortado tatuándome los ojos.
La guarida de lo que más amé.
Caminé sin descanso. Traje noticias de un sinfín monstruoso.
El peso de mis pasos abrió un surco, una huella que dure hasta que vuelvas.
Pedí la mano de los justos, que la mano de los justos te acaricie, te regrese
Soñé que llegabas. Traías los brazos repletos, los pies del tamaño de mi mano.
Este es mi nombre mamá. Y esta es tu voz, tu arrullo, tu memoria
Otra sustancia donde verte: un manto negro. Desperté sin aire, el sueño asfixiado.
Yo vi, yo sé, yo sentí tu cuerpo abandonarme.
Nadie podía imaginar, nadie tenía una sombra tan inmensa.
Yo, la madre, tuve miedo a la locura, miedo a no poder traerme.
Quise dar de respirar.
Cada vez que volví era jueves. Abrí a mos un pequeño cielo.
Estrellas, soles blancos. Una órbita de luz inclaudicable.
En el frente conservo esa planta de jazmines. Las flores celestes alcanzaron el muro tantas veces , el muro al que trepabas. Vuelvo a poner algunas en tu mesa. Esta mesa partida que siempre es la tuya.
Me trajo el amor: Si vas, te acompaño.
Yo pensaba si una foto es el instante, o es todo el tiempo que nunca se detuvo.
La línea que devuelve a la verdad su alma. Madre por madre, hijo por hijo. Se reproduce madre, hijo. Yo multiplico los ojos, todas las madres que fui, que fuimos.
Entonces, Marcos, ¿de cuántos modos nos has visto?
Te abrazo ahora como alguien te abrazó de niño. Tenés la tierra y el cielo, la pericia de dos mundos: lo veo mirarme cuando tomás la foto.
El corazón, ¿dónde si no poder hablarte?
Tengo todos los años, tengo el amor, la vida misma.
Tus dibujos de palomas, una tela amarilla.
Yo tuve un hijo
Yo, la madre, tengo un hijo para siempre
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PRENSA: |
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Arles, FRANCIA |
http://rencontres-arles-photo.tv/artiste/adandia-marcos/ |
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Ibiza, ESPAÑA |
www.diariodeibiza.es/multimedia/fotos/cultura/2014-01-28-33903-las-madres-plaza-mayo.html |
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Mallorca, ESPAÑA |
www.diariodemallorca.es/multimedia/fotos/cultura/2014-01-28-33903-las-madres-plaza-mayo.html |
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Vigo, ESPAÑA |
www.farodevigo.es/sociedad-cultura/2014/01/30/retrato-madres-plaza-mayo-panuelos/957716.html |
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Las Palmas, ESPAÑA |
www.laprovincia.es/multimedia/fotos/cultura/2014-01-28-33903-las-madres-plaza-mayo.html |
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Zamora, ESPAÑA |
www.laopiniondezamora.es/multimedia/fotos/cultura/2014-01-28-33903-las-madres-plaza-mayo.html |
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