Viendo los retratos de las Madres de Plaza de Mayo, rápidamente olvidé que estaba mirando fotos, una tras otra. Por el contrario, me encontré observando rostros, tratando de descifrar una pequeña parte de las infinitas experiencias que han vivido”, le escribió John Berger a Marcos Adandía en una carta. Y agregó: "Cada Madre es diferente, cada una con sus propios secretos, su propio origen, su propio sentido del humor, su propia forma de vivir el duelo. Al mismo tiempo todas sus expresiones tienen en común algo profundo e imposible de describir. Y esto es comprensible porque ellas sufrieron el mismo tipo de pérdida y encontraron el coraje para acusar pública y abiertamente a aquellos que desaparecieron a sus hijos en secreto."
El vínculo entre el autor de Cada vez que decimos adiós y el fotógrafo comenzó en la época en la que Adandía se transformó en editor de la revista Dulce Equis Negra. Desde 2005, esta publicación semestral –cuyo nombre homenajea al poema Juramento, de Patti Smith– publica fotografías y textos escritos especialmente por autores como Elena Poniatowska, Jorge Boccanera, Osvaldo Bayer o el mismo Berger. No es casual, entonces, que las palabras de estos dos escritores acompañen el catálogo de la muestra Madre, que Adandía inauguró ayer en el Museo Nacional de Bellas Artes. Algunas de esas imágenes se pueden ver, además, en el último número de Dulce Equis Negra, publicado el mes pasado.
Estos encuentros se iniciaron, de modo paulatino, diez años atrás. Por entonces, Adandía comenzó a fotografiar a un grupo de mujeres que desde 1977 cambiaron los delantales de las tareas domésticas por los pañuelos blancos que luego serían un impensado emblema político. Ellas buscaban (y buscan) a sus hijos, que aún permanecen desaparecidos. En 2003, este "artista de la imagen" –según lo describe Bayer de manera muy pertinente– recibió el premio Mother Jones en Estados Unidos por el ensayo Madre de desaparecido. Así mostró las primeras imágenes que, como conjunto, se exhiben ahora por primera vez.
"Madre" reúne sesenta retratos de mujeres con sus pañuelos. Y también, sesenta retratos de las mismas mujeres sin sus pañuelos. Entre una fotografía y otra, se va hilando la distancia que va de la fragilidad personal a la fortaleza colectiva. Y en el medio, el tiempo y la memoria como grandes escultores de esos rostros en blanco y negro que, como dice Berger, preservan sus propios secretos y revelan un coraje común.
Su vínculo con esta organización, explica el fotógrafo, comenzó hace tiempo. "Un año antes de la vuelta de la democracia, en el '82, me acerco a participar en política y empiezo a tomar conciencia de lo que significan las Madres. Representan algo muy fuerte en relación al amor, al compromiso a través de esa suerte de juramento que hacen con sus hijos. Pero, sobre todo, me conmueve el afecto que ellas despliegan no sólo en relación a sus hijos sino a la humanidad misma. En tiempos en que esta sociedad se desgranaba, se corrompía, se hería en su cuerpo ético y moral, la Madres siempre fueron una referencia clara de ética, de sinceridad, de paz", explica.
Adandía –nacido en 1964, oriundo de Lanús– comenzó con la fotografía en los '90. En 1999 obtuvo el premio Casa de las Américas en Cuba por el ensayo fotográfico Diana. Es la historia de una travesti de 23 años que ejercía la prostitución en San Justo y que finalmente falleció en un hospital, sola. El fotógrafo también trabajó para diarios como Página 12 y las revistas Rolling Stone, Latido, Tres puntos y Gatopardo, entre otras. Actualmente se desempeña en Noticias Argentinas. Además expuso sus trabajos en Cuba, México y Francia.
Reconoce que sí, que esta investigación le llevó mucho tiempo. Bajo esa luz es doloroso ver que algunas de las retratadas ya no están. No obstante, en términos de maduración artística, cuenta que "el vértigo tiene más que ver con cuestiones de mercado que con el género humano". "En algún momento asumí la fotografía como una parte intrínseca de mi crecimiento, de mi forma de entender algo de la vida. Dejo que las cosas hagan su proceso. Confío en el transcurrir del tiempo, que siempre devuelve respuestas", dice. En ese sentido, cuenta que la decisión de hacer retratos de estas mujeres con y sin pañuelos fue apareciendo como una necesidad. "El pañuelo es un símbolo que me parece inmenso. Y sí, empecé a ver y sentir que sucedía algo, que era como un instrumento sagrado. Cuando se lo colocan, es como que las sostiene, las hace más poderosas. A la vez es lo que las asocia a lo colectivo, a la solidaridad, al proceso por el cual se transformaron en una referencia política y sobre todo, en un símbolo de dignidad", dice.
Esta afirmación dialoga con el texto de Bayer, quien escribió: "Las veo, las reconozco. Sin pañuelo, la mirada triste, solitarias. Con pañuelos, valientes, qué fuerza, aquí estoy para volver a ver a mi hijo, a acariciarlo, a besarlo, a hablarle como cuando era un niño y corría ansioso y me abrazaba. Mi hijo… mi hija. Las madres. Las Madres, ahora siempre con mayúscula. Todo el coraje. La pregunta va a ser eterna en tierra argentina: ¿dónde están los Hijos? Con vida los llevaron, con vida los queremos. Ahora en plural. Ya madre de todos los hijos desaparecidos. Fotos eternas que durarán décadas, siglos, siempre estarán mirándonos: ¿dónde están? En dos décadas, en diez décadas, nuestras Madres nos seguirán mirando y lo harán por siempre."
Por su parte, las autoridades del museo indicaron que esta muestra tiene un significado especial para esa institución por su marco histórico: "En el recorrido de las Madres puede trazarse un itinerario esencial de los últimos 30 años de la sociedad argentina en la búsqueda de Memoria, Verdad y Justicia. Por ello, nos parece oportuno realizar este homenaje para explicitar el aporte de los organismos de derechos humanos, en la figura emblemática de las Madres, a la consolidación democrática".